13 noviembre, 2019

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Algodón sin gosipol

El algodón es la fibra natural más importante del mundo. Esta planta fue domesticada en cuatro regiones de forma independiente. De África surgió el Gossypium herbaceum y de Asia (India y Sri Lanka) el G. arboreum. Pocos cultivan estas especies porque fueron sustituidas por el G. hirsutum, un algodón originario de Mesoamérica (México) con mayor productividad y rendimiento. Mientras que en Perú y en algunos lugares del mundo se siembra principalmente el G. barbadense, especie con una mejor calidad de fibra (por ejemplo, las variedades Tangüis de Perú, Pima de EE.UU. y Giza de Egipto).

No solo se aprovechan las fibras del algodón, sino también sus semillas que son ricas en proteínas (hasta el 23% de su peso). Estas se emplean en la alimentación de rumiantes. En animales monogástricos como los cerdos y las aves (también los seres humanos), su consumo provoca una intoxicación aguda. El responsable es el gosipol, un compuesto fenólico presente en toda la planta.


La concentración de gosipol en una semilla de algodón supera fácilmente las 10 000 partes por millón (ppm). Esto es 25 veces más alta que la recomendada como segura por la alimentación humana o animal (400-450 ppm). El gosipol puede eliminarse a través de una serie de procesos fisicoquímicos muy costosos. Por ello, los fitomejoradores han buscado la forma de obtener plantas de algodón libres de gosipol.

En la década de 1950, el agrónomo estadounidense Scott C. McMichael descubrió un algodón mutante que no tenía las glándulas donde se almacena el gosipol. A través de cruces y selección, esta característica fue transferida a otras variedades comerciales, las cuales empezaron a producir semillas libres de esta sustancia. Sin embargo, en la naturaleza nada está por gusto. La función del gosipol es la defensa de la planta, y previene el ataque de ciertas plagas y enfermedades en condiciones de campo.

En 2006, científicos de la Universidad de Texas A&M encontraron una solución. Utilizando a Agrobacterium thumefasciens (bacteria empleada para transferir genes en las plantas), insertaron un ARN de interferencia (ARNi) que inactiva el gen de la enzima δ-cadineno sintasa (dCS), que es clave para la producción de gosipol. Además, el ARNi estuvo acoplado a un interruptor genético (promotor) que solo se enciende en las semillas, evitando que el resto de la planta se vea afectada. El resultado fue un algodón transgénico —llamado TAM66274— cuyas semillas tienen un 96% menos gosipol.


El algodón TAM66274 —que es un G. hirsutum— ya fue autorizado (para ser precisos, desregulado) por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos para su siembra comercial, y por la FDA para el consumo humano y animal. Sin embargo, su salida al mercado todavía puede tardar unos años. La desregulación solo es uno de los pasos —el más crítico— dentro de todo el proceso de sacar un transgénico al mercado. Recién ahora se desarrollarán las variedades comerciales a través de métodos convencionales: cruces controlados entre el algodón TAM66274 con las variedades de élite, incluyendo a otras transgénicas como las resistentes a insectos y tolerantes a herbicidas.

Mediante la ingeniería genética se pueden inactivar vías metabólicas en tejidos específicos. Por ejemplo, se podría eliminar las saponinas de los granos de quinua, sin afectar su producción y beneficios en el resto de la planta. Sin embargo, la percepción de las personas es distinta entre un transgénico dirigido para el consumo humano que para otros fines. En el primer caso, suele ser muy negativa.