13 noviembre, 2019

,

Algodón sin gosipol

El algodón es la fibra natural más importante del mundo. Esta planta fue domesticada en cuatro regiones de forma independiente. De África surgió el Gossypium herbaceum y de Asia (India y Sri Lanka) el G. arboreum. Pocos cultivan estas especies porque fueron sustituidas por el G. hirsutum, un algodón originario de Mesoamérica (México) con mayor productividad y rendimiento. Mientras que en Perú y en algunos lugares del mundo se siembra principalmente el G. barbadense, especie con una mejor calidad de fibra (por ejemplo, las variedades Tangüis de Perú, Pima de EE.UU. y Giza de Egipto).

No solo se aprovechan las fibras del algodón, sino también sus semillas que son ricas en proteínas (hasta el 23% de su peso). Estas se emplean en la alimentación de rumiantes. En animales monogástricos como los cerdos y las aves (también los seres humanos), su consumo provoca una intoxicación aguda. El responsable es el gosipol, un compuesto fenólico presente en toda la planta.


La concentración de gosipol en una semilla de algodón supera fácilmente las 10 000 partes por millón (ppm). Esto es 25 veces más alta que la recomendada como segura por la alimentación humana o animal (400-450 ppm). El gosipol puede eliminarse a través de una serie de procesos fisicoquímicos muy costosos. Por ello, los fitomejoradores han buscado la forma de obtener plantas de algodón libres de gosipol.

En la década de 1950, el agrónomo estadounidense Scott C. McMichael descubrió un algodón mutante que no tenía las glándulas donde se almacena el gosipol. A través de cruces y selección, esta característica fue transferida a otras variedades comerciales, las cuales empezaron a producir semillas libres de esta sustancia. Sin embargo, en la naturaleza nada está por gusto. La función del gosipol es la defensa de la planta, y previene el ataque de ciertas plagas y enfermedades en condiciones de campo.

En 2006, científicos de la Universidad de Texas A&M encontraron una solución. Utilizando a Agrobacterium thumefasciens (bacteria empleada para transferir genes en las plantas), insertaron un ARN de interferencia (ARNi) que inactiva el gen de la enzima δ-cadineno sintasa (dCS), que es clave para la producción de gosipol. Además, el ARNi estuvo acoplado a un interruptor genético (promotor) que solo se enciende en las semillas, evitando que el resto de la planta se vea afectada. El resultado fue un algodón transgénico —llamado TAM66274— cuyas semillas tienen un 96% menos gosipol.


El algodón TAM66274 —que es un G. hirsutum— ya fue autorizado (para ser precisos, desregulado) por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos para su siembra comercial, y por la FDA para el consumo humano y animal. Sin embargo, su salida al mercado todavía puede tardar unos años. La desregulación solo es uno de los pasos —el más crítico— dentro de todo el proceso de sacar un transgénico al mercado. Recién ahora se desarrollarán las variedades comerciales a través de métodos convencionales: cruces controlados entre el algodón TAM66274 con las variedades de élite, incluyendo a otras transgénicas como las resistentes a insectos y tolerantes a herbicidas.

Mediante la ingeniería genética se pueden inactivar vías metabólicas en tejidos específicos. Por ejemplo, se podría eliminar las saponinas de los granos de quinua, sin afectar su producción y beneficios en el resto de la planta. Sin embargo, la percepción de las personas es distinta entre un transgénico dirigido para el consumo humano que para otros fines. En el primer caso, suele ser muy negativa.

03 julio, 2019

,

Preocupación de europeos por transgénicos se reduce

Es bastante común escuchar cuando se habla de transgénicos que los europeos los rechazan y que los tienen prohibidos. ¿Qué tan ciertas son estas afirmaciones?

Desde 1973, los países miembros de la Unión Europea (UE) encargan regularmente encuestas de opinión pública sobre un amplio abanico de temas, entre ellos, los transgénicos. Se le conoce como el Eurobarómetro y es uno de los instrumentos más relevantes para analizar la evolución de la opinión ciudadana.

El presente año, se publicó el segundo Eurobarómetro sobre seguridad alimentaria (el primero se presentó en 2010). Durante el mes de abril, más de 27 000 personas de diferentes grupos sociales y demográficos de los 28 países que conforman la UE fueron entrevistadas y respondieron una serie de preguntas. Los resultados fueron interesantes.

El 60% de los encuestados ha oído hablar acerca de la presencia de ingredientes genéticamente modificados en alimentos o bebidas (en Suecia alcanza el 83%), pero solo el 27% muestra preocupación por ellos. Los europeos mostraron mayor preocupación por los residuos de antibióticos, hormonas y esteroides en la carne (44%) y los residuos de pesticidas (39%). Los transgénicos ocupan el octavo lugar. En 2010, ocupaban el cuarto y el porcentaje de personas preocupadas por ello era del 66% (más del doble).

Graficos obtenidos del Eurobarómetro 2019.

La preocupación por los ingredientes genéticamente modificados es mayor en Lituania (45%), Bulgaria (42%), Grecia (42%) y Letonia (41%) y menor en Finlandia (13%) y Malta (12%). En Suecia, donde la mayoría de personas ha oído hablar sobre ellos, el 21% se muestra preocupado; y, en Francia, donde la oposición a los transgénicos es muy fuerte, el 28%.

En el caso de la edición genética, solo el 21% de los encuestados ha escuchado hablar de ellos, por lo que el nivel de preocupación es bastante bajo (4%).

En Europa no está prohibido ni importar ni consumir transgénicos, aunque solo dos países permiten su siembra (Portugal y España). La Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés), evalúa la inocuidad de los organismos vivos modificados (OVM)  destinados para el consumo humano. Cuenta con un portal donde pueden revisar todos los transgénicos que han sido autorizados porque han demostrado ser tan seguros como sus contrapartes convencionales.

Además, la Unión Europea cuenta con una normativa que exige etiquetar los alimentos que, para su procesamiento, utilizan ingredientes genéticamente modificados, siempre y cuando estos superen el 0,9% de la proporción total del ingrediente. Si el porcentaje es menor, se considera como una "contaminación" o mezcla técnicamente inevitable o adventicia.

Es importante conocer el nivel de preocupación y aceptación de productos derivados de la ingeniería genética por parte de los europeos porque muchos países lo usan como referencia para establecer sus regulaciones internas. Existe el temor —muy válido, por cierto— que al autorizar un OVM se nos cerarrían muchos mercados debido al rechazo que hay hacia esta tecnología.

Se han reportado casos de productos como la miel que han sido devueltos al país de origen por contener polen transgénico. El problema radica en que la miel tenía una certificación orgánica y, de acuerdo con las regulaciones de muchos países, para que un producto sea certificado como tal no debe emplearse pesticidas sintéticos ni ingredientes genéticamente modificados. Para corroborar esto, se realizan análisis de laboratorios. En muchos casos, las certificadoras no lo hacen. Solo se basan en que el producto sea elaborado o provenga de una parcela o predio certificado como orgánico. Pero puede haber contaminación (con pesticidas o ingredientes genéticamente modificados) en las distintas etapas de la cadena productiva que no es evidenciado hasta que llegue a otro país donde si realizan los análisis de laboratorio correspondientes.

Sin dudas, hay un efecto económico y comercial —junto a los temas ecológicos y ambientales— que debe ser evaluado en profundidad y caso por caso antes de tomar una decisión respecto al uso de OVM, pero no se puede usar como sustento una supuesta preocupación de los europeos sobre los ingredientes genéticamente modificados.

28 junio, 2019

,

Agricultores indios siembran transgénicos ilegalmente como protesta

Cuando uno habla de transgénicos y de agricultores indios al mismo tiempo, a muchos se le viene a la mente los suicidios. Y es que existe un mito ampliamente difundido: la introducción del algodón transgénico en la India ha provocado que miles de agricultores se quiten la vida.

Según la activista Vandana Shiva, "la recaudación de royalties [regalías] por parte de Monsanto y el elevado costo de las semillas y los productos químicos han ahogado en deudas a los campesinos". Y que "la tecnología que Monsanto ha patentado para crear semillas estériles" agravaron el problema.

No hay nada más alejado de la realidad. Existe cuantiosa evidencia que analiza la problemática de los agricultores indios y ninguna muestra relación entre la adopción del algodón transgénico y los suicidios. Tampoco se comercializan semillas con la tecnología "Terminator" o estériles debido a la prohibición de facto establecida por el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), por vulnerar el derecho de los agricultores de guardar sus semillas para las campañas siguientes.

Tasa de suicidios en agricultores indios de 1995 a 2011. El algodón transgénico se introdujo en el 2002.

En la India millones de agricultores dependen de las lluvias que llegan con los monzones para irrigar sus cultivos. Sin embargo, son irregulares. El problema se agrava con el cambio climático. Hay años en que los monzones tienen baja intensidad provocando sequías; mientras que otros son tan fuertes que causan inundaciones. En ambos casos, los agricultores pierden sus cosechas y su inversión. Si recibieron un préstamo, no lo pueden pagar. Los intereses aumentan. Pierden sus tierras. Quedan en la ruina y caen en depresión. Muchos optan por quitarse la vida. Un artículo de la BBC resume bien este problema.

El 95% de los algodoneros indios emplea semillas transgénicas que resisten el ataque de plagas, especialmente, el gusano rosado. Se les conoce como algodón Bt porque producen una toxina llamada CRY obtenida de Bacillus thuringiensis (Bt), una bacteria que vive en el suelo.

En 2002, se introdujo al mercado indio la primera versión de algodón Bt llamado Bollgard® que producía la toxina Cry1Ac. La tecnología fue desarrollada por Monsanto y la empresa semillera local Mahyco la introdujo en sus híbridos de algodón. Cuatro años después, salió a la venta la segunda versión llamada Bollgard® II, la cual producía dos toxinas (Cry1Ac y Cry2Ab) para hacer frente a las plagas resistentes.

Muchas empresas semilleras indias licenciaron la tecnología Bollgard® II generando cientos de variedades. Monsanto cobra una regalía por cada bolsa de semilla vendida. El monto es regulado por el gobierno. En 2015 era de 170 rupias. A partir de entonces se redujo considerablemente. El año pasado, las regalías solo eran 39 rupias por bolsa. Debido a esto, Monsanto (ahora Bayer) no está interesado en introducir la tecnología Bollgard® III en la India, una nueva versión que produce tres toxinas: Cry1Ac, Cry2Ab y Vip3A.

Que el Bollgard® III no se comercialice en la India —pero sí en otros países— no va a impedir que ingrese por contrabando. De hecho, esto ya ha ocurrido pero con otro tipo de algodón transgénico. Uno que además tolera la aplicación directa del herbicida glifosato. En 2017, el gobierno indio detectó la presencia de este algodón transgénico en el 15% de los campos evaluados de Maharashtra.

Las autoridades indias advirtieron a los agricultores que serían multados y sentenciados a cinco años de prisión por usar ilegalmente semillas transgénicas. La respuesta no se hizo esperar. Una asociación llamada Shektari Sanghatana está alentando su sembra a través de una campaña de "desobediencia civil" (satyaagraha), inspirada en la resistencia pacífica de Gandhi contra las leyes británicas.


La campaña inició el 10 de junio en el distrito de Akola, en Maharashtra. En la protesta participaron 1500 agricultores que se grabaron y tomaron fotos sembrando las semillas prohibidas, incluyendo berenjenas Bt que ingresaron ilegalmente desde Bangladesh. La manifestación se ha extendido por otros once distritos y doce agricultores fueron arrestados esta semana. Shektari Sanghatana les ofrece asistencia legal.

La Asociación Nacional de Semillas de la India, que representa a las principales compañías semilleras del país, reaccionó enérgicamente contra el movimiento de agricultores de Maharashtra. Exigen al gobierno indio que investigue cómo ingresa ilegalmente estas semillas transgénicas.

Las semillas se importan de algún lado. Sin embargo, de todos los países con los que limita la India, solo en Pakistán y China cultivan algodón transgénico, pero ninguno siembra la versión tolerante a herbicidas. Una producción local a partir de una pequeña cantidad de semillas introducidas ilegalmente podría explicarlo.

Muchos países autorizaron el uso de determinadas semillas transgénicas porque ya se sembraban de forma masiva en algunas regiones. Así ocurrió en Bolivia y Brasil con la soya transgénica. Sin embargo, fueron los mismos agricultores quienes lo introdujeron ilegalmente. Nadie les obligó a comprarlas. Ellos optaron por estas semillas porque vieron un beneficio que no lo obtenían con las variedades convencionales. Por eso el nivel de adopción de la tecnología aumentó rápidamente.

A diferencia de otras prácticas agrícolas, sembrar transgénicos es muy sencillo. Si son Bt, se reduce la aplicación de insecticidas. Si son tolerantes a herbicidas, se aplica glifosato —que se usa normalmente en la agricultura convencional— en cualquier momento y sin el temor de quemar el cultivo. Esto facilita la labor de campo, pero genera problemas a mediano plazo. El agricultor olvida el manejo integrado de plagas y estas se vuelven resistentes. La tecnología pierde efectividad.

Es importante ver lo que ocurre en la India. Ellos establecieron una moratoria a la siembra de berenjena Bt en 2010 mientras que el Perú tiene una moratoria a todos los cultivos transgénicos desde 2011. Los agricultores indios están desobedeciendo esta restricción y los siembran ilegalmente junto al algodón tolerante a herbicidas como protesta. ¿Cederá el gobierno?

06 abril, 2019

,

Secuencian el genoma del paiche sin participación peruana

Si viajas por la selva peruana, no puedes dejar de degustar el paiche, ya sea a la parrilla, en chicharrón o en cebiche. Este pez —que puede llegar a medir tres metros de largo y pesar más de 200 Kg— se ha convertido en una especie de gran importancia económica para la región amazónica. Pero no es su gran tamaño lo que atrae a los acuicultores, sino su tasa de crecimiento (unos 10 Kg por año) y su tasa de conversión alimenticia (por cada 1000 gramos de alimento gana 700 gramos de peso).

Paiche. Fuente: Flickr.
El paiche (Arapaima gigas) es una especie muy particular. Sus branquias no son completamente funcionales, por lo que requieren salir a la superficie cada cierto tiempo a respirar. Aunque eso no es un problema. Lo que verdaderamente provoca dolores de cabeza a los acuicultores es saber cuál es macho y cuál es hembra. Hasta hace una década, la única forma de diferenciarlos era solo cuando se emparejaban porque el macho se ve de un color más rojizo. Hoy en día ya se cuenta con un kit para determinar el sexo de los paiches en tres horas, aunque tiene sus limitantes: requiere tomar muestras de sangre y el pez debe alcanzar la madurez sexual.

El precio de la secuenciación de genomas ha bajado considerablemente en los últimos años. Cuando se publicó el genoma humano, en el año 2003, costó 3000 millones de dólares. Hoy empresas como BGI cobran menos de 1000 dólares. Por ello, cada día se publican las secuencias genéticas completas de muchas especies, especialmente, de aquellas que son de importancia económica.

Un reciente estudio publicado en Scientific Reports, desarrollado por un grupo internacional de investigadores (ninguno peruano pero sí brasileños), presentaron los genomas completos de dos paiches, uno macho y una hembra, con el fin no solo conocer a fondo los aspectos biológicos de esta especie, sino determinar las diferencias genéticas que hay entre ambos y así desarrollar herramientas moleculares más precisas para determinar el sexo.

El genoma del paiche tiene 665 millones de pares de base (pb) —la quinta parte de lo que mide el genoma humano— y se han podido identificar algunos marcadores que podrían servir para el sexaje de los paiches en cualquier momento de su vida. Además se identificaron genes relacionados con su rápido crecimiento, su gran tamaño, la adaptación a una dieta carnívora y la composición de la sustancia que libera de su órgano secretor ubicado en la cabeza, que explicaría por qué los machos se involucran más en el cuidado de las crías.

Tal vez se pregunten ¿por qué es el Perú no secuenciamos lo genomas de nuestras especies emblemáticas? El tema de los costos ya no es un problema ni una excusa como lo era antes. Incluso hay instituciones nacionales que cuentan con secuenciadores de última generación. El problema podría radicar en dos puntos.

Primero, no contamos con muchos expertos en bioinformática trabajando en el país, pues no basta con conocer la secuencia de ADN de un organismo, sino en analizar su significado biológico. Ya ha pasado más de una década desde que se secuenció el genoma de la papa y el Perú tuvo a su cargo uno de sus doce cromosomas. Sin embargo, a la fecha no hemos aprovechado de toda esa información genética generada. No hay perspectivas de desarrollo de variedades con tolerancia a sequía, resistencia a la rancha o mayor rendimiento utilizando la secuencia genómica de la papa disponible en el GenBank.

Segundo, no se tiene en claro las regulaciones asociadas con los recursos genéticos. Se desconoce que todo el material genético que tiene un valor real o potencial (recurso genético) es un recurso natural y, por tanto, es patrimonio de la nación. Por lo tanto, su utilización y aprovechamiento comercial debe ser autorizado y, los beneficios que genere, adecuadamente distribuidos, ya sea con las poblaciones que proveen el recurso genético o con el Estado. De esta manera se evita un uso inadecuado (biopiratería) o que otros países se aprovechen de ello (por ejemplo, generando patentes) sin retribuir de alguna manera al país donde se dio origen.

Para los investigadores, los procedimientos administrativos les resultan sumamente engorrosos y, en la medida de lo posible, tratan de evitarlos. En otros países, como Brasil, estos procedimientos son más claros y los investigadores reciben capacitaciones para llenar los formularios y solicitudes adecuadamente. Por ello, resulta más fácil secuenciar el genoma de una especie —como el paiche— en esos países que aquí, y serán ellos los que aprovechen mejor los beneficios generen estas investigaciones.

No obstante, nada nos imposibilita de utilizar la información genética generada una vez esté disponible en el GenBank.

06 febrero, 2019

,

Empresas sancionadas por no etiquetar sus productos como transgénicos (Parte 2)

La semana pasada comentamos que dos empresas —Molitalia S.A. y Mondelez S.A.— habían sido sancionadas por INDECOPI debido a que sus productos Choco Donuts y Chips Ahoy!, respectivamente, no habían sido etiquetados como productos transgénicos a pesar que sí lo hacían en Ecuador y Bolivia.


Las resoluciones de INDECOPI establecen una multa de 10 UIT (algo más de 40 000 soles) y un plazo de 20 días para revertir la situación. Obviamente, las empresas han apelado porque en el país la norma aún no está reglamentada. Sin embargo, aquí hay un tema que falta analizar: ¿cómo saben que las mismas galletas que se comercializan en el Perú también contienen transgénicos?

Si todas las galletas fueron producidas en la misma fábrica, lo más probable es que hayan utilizado los mismos insumos. Por ello, si se han detectado transgénicos en las galletas que se comercializan en Ecuador y Bolivia, y estas han sido elaboradas en las fábricas instaladas en Perú, entonces es muy probable que las que se venden aquí también contengan transgénicos.

Pero ¿qué pasaría si las galletas fueron elaboradas en los mismos países donde se comercializan? En este caso, cada fábrica pudo haber usado insumos de diferentes procedencias, las cuales podrían no ser transgénicos.

En otras palabras, si una marca de galleta usa como ingrediente harina de maíz procedente de Estados Unidos, es casi seguro que ese insumo sea transgénico, por lo tanto deberá etiquetarlo como tal. Sin embargo, si la harina de maíz empleada para elaborar la misma galleta proviene de Perú, lo más probable es que no sea transgénico (porque aquí está prohibida su siembra) y no tendrá la obligación de etiquetarlo. Entonces, no necesariamente la misma galleta —que se puede comercializar en dos lugares diferentes— usarán los mismos insumos transgénicos. Para estar seguros, se deben analizar en el laboratorio los productos de manera independiente.

Un ejemplo de esto es lo que hacía una importante empresa avícola nacional. Los pollos que comercializaba en el mercado interno eran alimentados con maíz y soya importados de Estados Unidos y Argentina (o sea, transgénicos). Sin embargo, lo pollos que eran exportados a Japón se alimentaban con maíz y soya no transgénicas producidas localmente (en sus propias instalaciones). Algo similar hacía una empresa local de cereales. Aquellos que destinaba al mercado europeo lo hacía con base a maíz nacional (no transgénico) y lo que destinaba al mercado local, con maíz importado (transgénico).

Por esta razón, no se debería asumir que si un producto comercializado en un país es etiquetado como transgénico automáticamente el mismo producto comercializado en otro país también lo sea, a menos que hayan sido fabricados en el mismo lugar y con los mismos insumos. Necesariamente se debe hacer una prueba de laboratorio.

Por otro lado, si las empresas quieren evitar etiquetar sus productos como transgénicos deben implementar todo un sistema de trazabilidad para conocer la procedencia de sus ingredientes y saber cuáles requerirían ser etiquetados y cuáles no. Obviamente, hacer esto implica un mayor costo y solo sería ventajoso si los consumidores estuvieran dispuestos a pagar más por productos sin transgénicos.

01 febrero, 2019

Dos empresas sancionadas por no etiquetar sus productos como transgénicos

En diciembre del año pasado, INDECOPI emitió dos resoluciones: la 2625-2018/CC2 y la 2626-2018/CC2, a través de las cuales se declaraban fundadas las denuncias hechas por la Asociación Peruana de Consumidores y Usuarios (ASPEC) contra Mondelez S.A. y Molitalia S.A., por no haber etiquetado como transgénicos sus productos Chips Ahoy! y Choco Donuts, respectivamente.

Para entender mejor la historia debemos remontarnos al año 2010 cuando se promulga el Código de Protección y Defensa del Consumidor a través de la Ley n.° 29571. El artículo 37° de esta norma dispone lo siguiente:
Los alimentos que incorporen componentes genéticamente modificados deben indicarlo en sus etiquetas.
 Sin embargo, la tercera disposición complementaria final de la misma Ley indicaba lo siguiente:
En el plazo de ciento ochenta (180) días calendario contados a partir de la entrada en vigencia de la presente Ley, el Poder Ejecutivo expide las disposiciones reglamentarias de lo dispuesto en el artículo 37, [...]
Ya pasaron 3075 días y aún no se ha publicado el reglamento del etiquetado. Las razones son varias tal como lo explico en este artículo que escribí hace un par de años.

En primer lugar, es necesario establecer un umbral sobre el cual el producto debe ser etiquetado, tal como lo tienen Brasil (1%), la Unión Europea (0,9%) o Estados Unidos (5%). Es decir, la proporción de transgénicos presente en cada uno de los ingredientes del producto elaborado. Esto se hace con el fin de no etiquetar aquellos productos hechos a base de ingredientes convencionales que por cuestiones que son técnicamente inevitables durante la cadena productiva, tengan presencia de trazas de transgénicos.

En segundo lugar se requiere de laboratorios acreditados con capacidad de detectar la presencia de transgénicos en alimentos procesados. Si no se cuenta con ellos ¿cómo se hará la fiscalización?, ¿a dónde mandarán las empresas sus ingredientes para que sean analizados? Hoy en día ya se cuenta con dos laboratorios acreditados ante el Instituto Nacional de Calidad (INACAL) pero para analizar hojas y semillas. Para alimentos procesados se deben afinar los procesos de extracción de ADN que, debido a la transformación física y química que recibe el producto, es muy difícil de hacerlo.

A pesar que no existe reglamento y la misma Ley dispone su elaboración y publicación, INDECOPI determinó que tanto Molitalia S.A. como Mondelez S.A. habían cometido una infracción porque consideró que "el artículo 37 del Código es una norma autoaplicativa toda vez que con su sola entrada en vigencia se estableció la obligación para los proveedores de indicar en sus etiquetas si los alimentos que expenden contienen componentes genéticamente modificados, independientemente de los porcentajes que posean".

Durante el proceso, ambas empresas presentaron sus descargos, siendo el principal la ausencia del reglamento. Y es cierto. Se requiere una normativa técnica específica que indique cómo etiquetar los productos con componentes transgénicos. ¿Será a través de un símbolo como en Brasil o se deberá indicar literalmente como en la Unión Europea? Si no se detecta el componente transgénico en el producto final a pesar que un ingrediente empleado si lo era ¿también deberá ser etiquetado? ¿Cómo lo demuestras? Si no se establece un umbral y el límite de detección (el porcentaje mínimo de transgénico que puede ser detectado) varía entre un laboratorio y otro, incluso entre un producto y otro, ¿cuál será el valor referencial sobre el cual se hará la fiscalización? Los países donde se ha implementado el etiquetado de productos transgénicos tiene todo esto bien reglamentado para que las empresas puedan regirse adecuadamente.

Sin embargo, el problema fue que tanto el Chips Ahoy! como la Choco Donuts eran etiquetados como transgénicos en Ecuador y también en Bolivia (ambos países con reglamentos de etiquetado). Es decir, ambas empresas sabían que sus productos contenían transgénicos pero aquí no los etiquetaban, a pesar que la Ley N.° 29571 (sin reglamento) disponía que si lo hicieran.


Pareciera que tanto Molitalia S.A. como Mondelez S.A. se ampararon en la ausencia del reglamento para no cumplir con lo establecido en el Código del Consumidor. Esto deja una sensación de falta de transparencia por parte de estas empresas ya que no les demandaba mayor esfuerzo etiquetarlos de la misma manera aquí y cumplir con la normativa. Incluso, ante la falta de reglas claras de cómo etiquetarlos en el Perú, podían etiquetarlo de cualquier forma, incluso de una que pasara desapercibida como lo hizo una empresa nacional de embutidos.


Molitalia S.A. ya anunció que apelará la resolución emitida ante la Sala Especializada en Defensa de la Competencia del Indecopi. Sin embargo, es seguro que haya otros productos y empresas que también hayan sido demandadas. Miremos esta imagen de los Doritos en Ecuador publicada por ASPEC, quien además recibe un porcentaje de la multa impuesta a las empresas infractoras (10% en estos dos casos).

Lo cierto es que si se van a etiquetar los productos que tengan componentes derivados de transgénicos, prácticamente todos los alimentos procesados lo serían porque siempre llevarán algún derivado del maíz o soya procedente en Estados Unidos, Brasil o Argentina, los principales productores mundiales de estos commodities.

Finalmente, que un producto esté etiquetado como transgénico no representa algún tipo de preocupación para nuestra salud. Todos los Organismos Vivos Modificados (OVM) que se comercializan a nivel mundial han pasado por un proceso regulatorio muy riguroso donde han debido demostrar su inocuidad y seguridad ante entidades respetadas como la FDA de los Estados Unidos y la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). Entonces, ¿por qué etiquetar? Para ser transparentes con los consumidores y mostrar cómo la biotecnología forma parte de los productos que consumimos día a día. Tal vez así generemos una mayor confianza en ellos.

10 enero, 2019

, ,

¿Cómo hacer un tomate picante?

No estamos hablando de una receta de cocina. Lo decimos literalmente: hacer que el tomate se vuelva picante.

Resulta que el tomate (Solanum lycopersicum) y las cinco especies domesticadas de ají y rocoto (Capsicum sp.) forman parte de la misma familia, las Solanáceas, y hace 19 millones de años compartían un ancestro común. Es decir, en esa época no existían ni el tomate ni el ají, sino una especie que poseía características primitivas de ambos, entre ellas, la capacidad de producir una sustancia llamada capsaicina.

Árbol evolutivo del ají. Hace 19,6 millones de años compartían un ancestro común con el tomate y la papa. Fuente: Kim et al. (2017).
La capsaicina es la molécula responsable de que el ají pique (pungencia) y su concentración varía de acuerdo a la especie, la variedad y las condiciones ambientales durante su desarrollo.

La pungencia se debe a que la capsaicina activa las células nerviosas que responden al calor en la lengua de los mamíferos, por lo que su cerebro lo interpreta como una sensación de ardor, disuadiendo su consumo. Sin embargo, las aves son insensibles a este compuesto y se comen los frutos del Capsicum sin problemas, dispersando sus semillas a mayores distancias. He aquí su importancia evolutiva.

Hoy en día la capsaicina tiene diversas aplicaciones. Por ejemplo, es el principal compuesto del gas pimienta usado en los aerosoles de defensa personal. También se ha demostrado sus propiedades antiinflamatorias, antioxidantes, analgésicas, incluso antitumorales, por lo que su demanda viene en aumento.

Sin embargo, es difícil cultivar ají. Requiere de mucha mano de obra, las semillas germinan con dificultad y son afectados por las altas temperaturas y precipitaciones que propician la incidencia de enfermedades. La fertilización de los suelos promueven más el crecimiento de la planta que de los frutos. No obstante, las condiciones ambientales adversas promueven la producción de la capsaicina. Por ejemplo, cuando el ají habanero (C. chinense) es producido bajo estrés hídrico (con poca agua), los frutos son más picantes.

Factores que afectan la producción de los capsaicinoides en Capsicum. Fuente: Rezende Naves et al (2018)
Debido a todos estos factores, un grupo de investigadores brasileros están evaluando otras alternativas para generar de forma más eficiente de generar estos compuestos, por ejemplo: hacer que los tomates produzcan los capsaicinoides.

El tomate es una de las verduras más consumidas del mundo. Cada año se producen cerca de 200 millones de toneladas en unas cinco millones de hectáreas. Bajo ciertas condiciones (invernaderos de alta tecnología), el rendimiento del tomate puede alcanzar las 110 toneladas por hectárea, unas 35 veces superior al rendimiento promedio del ají.

Lo interesante es que el tomate, al compartir un ancestro común con el ají, posee muchos de los genes necesarios para producir los capsaicinoides, solo que están apagados o cuentan con versiones inactivas. Por ello, a través de herramientas de ingeniería genética como CRISPR/Cas9, se podría editar los genes del tomate e insertar interruptores genéticos para encender los necesarios para producir la capsaicina.

Genes necesarios para producir los capsaicinoides. Se puede ver que en el tomate algunos no se expresan y otros lo hacen en menor medida. Fuente: Rezende Naves et al (2018)
Es obvio que a mucha gente no le gustará la idea de generar tomates picantes. ¿Para qué si se cuenta con especies y variedades de ají y rocotos sumamente deliciosos? No obstante, se debe considerar que el fin de este producto no es que llegue a los mercados ni a los restaurantes, sino que se produzcan en invernaderos con fines industriales, tal como se produce la insulina humanas en biorreactores gracias a bacterias genéticamente modificadas. De esta manera, la obtenición de metabolitos secundarios se hace mucho más eficiente.

02 enero, 2019

Así se identificará a alimentos transgénicos en EEUU

Después de un largo proceso de consulta pública, el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA) aprobó la norma de etiquetado de alimentos desarrollados a partir de la bioingeniería (o sea, transgénicos), los cuales podrán ser identificados por los siguientes logotipos:

Logotipos que identificarán los alimentos transgénicos. El de la derecha es para un etiquetado voluntario. Fuente: USDA.
De las tres opciones propuestas se eligió a la más "amigable", incluso se parece mucho al logotipo empleado por NON GMO Project que precisamente certifica a aquellos productos libres de transgénicos incluyendo —aunque no lo crean— sustancias inorgánicas como el agua o la sal.

Agua y sal libre de transgénicos. Fuente: Twitter.
La presente norma solo será aplicable si el producto contiene niveles detectables de material genético que ha sido modificado en el laboratorio por técnicas in vitro de ADN (ingeniería genética) y que no se podría obtener por métodos de mejoramiento convencional o que se encuentren en la naturaleza. Esto quiere decir que aquellos alimentos altamente procesados (por ejemplo: aceites, golosinas, bebidas azucaradas, etc.) no serían etiquetados, así estos hayan sido producidos a partir de organismos transgénicos, debido a que el ADN está completamente degradado y ya no puede ser detectado. Sin embargo, podrían usar el sello voluntario (primera imagen de la derecha).

Los restaurantes, food-trucks, cafeterías y otros similares no están obligados a etiquetar los productos que ofrecen a los consumidores, así como también las pequeñas empresas que facturen menos de 2,5 millones de dólares anuales.

Para facilitar la implementación de la norma se ha establecido un listado de productos transgénicos como la alfalfa, las manzanas Artic®, la canola, el maíz, el algodón, las berenjenas, las papayas, las piñas de color rosado, las papas, el salmón AquAdvantage®, la soya, las calabazas y la remolacha azucarera. No obstante, si alguna empresa hace uso de otro producto transgénico también está obligado a indicarlo.

La norma también establece un umbral de tolerancia del 5% en peso de presencia de transgénicos en el producto final, el cual se calcula por cada ingrediente. Esto quiere decir que si un Cheetos® contiene 5g de maíz transgénico por cada 100g de maíz empleado en su preparación, deberá ser etiquetado. Este umbral es bastante alto comparado con los países de la Unión Europea (0,9%) y Brasil (1%). La finalidad del umbral es evitar que un alimento hecho a base de ingredientes naturales, pero que sufrió algún tipo de "contaminación inevitable" durante la cadena productiva, no requiera ser etiquetado.

Algo que resulta relevante es que la norma también se aplica a los productos que Estados Unidos importa. Es decir, si queremos venderle a los norteamericanos algún producto peruano, debemos cerciorarnos que no contengan niveles detectables de algún transgénico para evitar etiquetarlo. Por el momento en nuestro país no se producen alimentos GM pero sí los importamos, principalmente maíz amarillo y soya destinada para la industria alimentaria y avícola.

La norma será de aplicación obligatoria a partir de 1 de enero de 2022.