22 febrero, 2021

Requerimientos y limitaciones para la vida extraterrestre

¿Hay vida fuera de nuestro planeta? No lo sabemos, "pero si estamos solos en el Universo, seguro sería una terrible pérdida de espacio", sentenció una vez el famoso divulgador científico Carl Sagan. En caso haya vida extraterrestre, ¿cómo sería? ¿iguales a nosotros? ¿de color gris, con grandes ojos, pequeña boca y comunicación telepática? ¿expertos en hacer líneas y pirámides sobre el desierto, pero muy malos manejando naves espaciales?


Lo cierto es que la única forma de vida que conocemos —y no del todo— es la que hay en nuestro planeta. Así que para tener una primera aproximación de cómo sería la vida extraterrestre, debemos tomar como base los requerimientos y limitaciones propios de la vida en la Tierra.

Ilustración artística de un exoplaneta, en un sistema solar binario, visto desde su luna. Fuente: Wikimedia Commons.

De vez en cuando, la NASA anuncia el descubrimiento de nuevos exoplanetas en estrellas distantes. Hay una sonda espacial dedicada a tiempo completo a encontrarlos. Se llama Kepler y hasta ahora halló más de 2600, muchos de ellos gigantes gaseosos que orbitan muy cerca de sus estrellas, convirtiéndolos literalmente en infiernos. Hay unos pocos que son sólidos y giran a una distancia prudente de su sol. Estos planetas tendrían las condiciones adecuadas para albergar vida tal como la conocemos.

¿Cuáles son las condiciones mínimas que debe tener un exoplaneta (o una exoluna) para que florezca la vida? Para el científico planetario Christopher McKay del Centro de Investigación Ames de la NASA, la vida requiere principalmente de energía, carbono, agua líquida y algunos otros elementos químicos, según reporta en un estudio publicado en PNAS.

Fuentes de energía

La energía necesaria para la vida en la Tierra se sustenta en la transferencia de electrones a través de reacciones químicas de oxidación (ceder electrones) y reducción (ganar electrones). Esto provoca una acumulación de carga electroquímica a un lado de la membrana celular (en el caso de las bacterias) o de la membrana mitocondrial (en las células eucariotas). Para equilibrar las cargas, los protones (cargas positivas) fluyen a través de la membrana generando energía que es aprovechada por las células para realizar sus funciones.

La principal fuente de energía es la luz solar. Los fotones que llegan desde el sol generan una transferencia de electrones en unas moléculas especiales: la clorofila en las plantas, y la bacterioclorofila y bacteriorodopsina en las bacterias. También hay microorganismos que obtienen energía directamente de algunas reacciones químicas como la oxidación de compuestos reducidos de azufre, nitrógeno, hierro e hidrógeno, en las fumarolas del fondo marino. Sin embargo, la principal fuente de energía es la luz de una estrella.

Los picos indican la longitud de onda de la luz que absorben la clorofila A y B. El verde no se absorbe y es ese el color que vemos en las plantas. Fuente: Wikimedia Commons.

En el año 2000, el botánico John Albert Raven calculó que la cantidad mínima de luz necesaria para realizar la fotosíntesis es de 2 milimoles de fotones por cada metro cuadrado de superficie por cada segundo (2 mmol*m-2*s-1). Plutón, que hasta hace unos años era el planeta más distante del sol (ahora es solo un simple objeto transneptuniano), recibe un flujo de luz solar 100 veces superior a ese valor mínimo. Entonces, no es necesario que un exoplaneta esté cerca a su estrella o que la estrella sea muy brillante para alcanzar la cantidad de luz necesaria para sustentar un tipo de fotosíntesis. Incluso una estrella del tipo M lo podría hacer.

El carbono no es abundante

La vida en la Tierra se basa en el elemento número seis de la tabla periódica: el carbono. Es un átomo tan versátil que puede unirse y contorsionarse hasta con cuatro elementos diferentes, formando largas cadenas y moléculas complejas. Pero el carbono en la Tierra no es abundante y no sería un buen indicio para determinar la habitabilidad de un exoplaneta. El secreto radica en cómo podemos asimilar ese carbono. Las plantas lo hacen todo el tiempo a partir del CO2 y algunas bacterias a partir de metano (CH4).

Proporción de carbono respecto a otros elementos químicos (del litio para arriba) en los distintos planetas del sistema solar. La Tierra es el tercero (círculo con una cruz al medio). Al mismo nivel pero con mayor proporción de carbono se encuentran los seres vivos. Fuente: PNAS.

Se ha especulado mucho acerca de la vida basada en el silicio, especialmente en las historias de ciencia ficción, debido a su similaridad química con el carbono. Siento defraudarlos: el silicio no serviría para formar seres vivos por tres razones:
  1. El carbono asimilable está en forma de CO2 o CH4, los cuales son gases que pueden entrar y fluir libremente través de las membranas. El silicio también puede encontrarse como dióxido (SiO2), pero es un sólido. Necesita 2230 °C para convertirse en un gas. Esto hace imposible que los organismos vivos los puedan incorporar directamente.
  2. El silicio y el dióxido de silicio son muy poco solubles en agua. Esto dificulta las diversas reacciones bioquímicas, a menos que la forma de vida extraterrestre encuentre la manera de solubilizar el silicio o vivir a temperaturas superiores a los 2230 °C.
  3. El átomo de silicio es muy grande lo cual limita su flexibilidad para formar compuestos anillados que son comunes en los azúcares y algunos aminoácidos.

El agua es vida

El agua es uno de los mejores solventes —y de los más abundantes— que existe en la naturaleza. Las reacciones bioquímicas aquí se llevan a cabo sin problemas. Pero el agua debe estar en forma líquida para poder cumplir con estas funciones y esto depende de la presión y la temperatura del planeta o luna.

Muchos organismos pueden vivir a temperaturas bajo cero gracias a las sales y otros compuestos químicos dentro de sus células que reducen el punto de congelamiento del agua en varios grados. El año pasado, Nadia Mykytczuk de la Laurentian University (Canadá), reportó presencia de vida en el permafrost del Ártico a -15 °C. El microorganismo se llama Planococcus halocryophilus y puede vivir incluso a -25 °C. El secreto: proteínas con aminoácidos más flexibles y ácidos grasos ramificados para mantener la fluidez y movimiento a bajas temperaturas.

Otros viven a temperaturas sumamente altas. En 2008, el japonés Ken Takai reportó el crecimiento de una bacteria productora de metano llamada Methanopyrus kandleri a 122°C y a 200 veces la presión atmosférica. Una mayor presión permite tener agua líquida estable a temperaturas superiores a su punto de ebullición (100 °C). Sin embargo, a medida que aumenta la temperatura del agua, su constante dieléctrica se reduce (p. ej. a la mitad a 200 °C), llegando al punto de disolver las grasas que conforman las membranas celulares.

No es necesario que hayan grandes océanos para que la vida florezca. En lugares tan secos como el desierto de Atacama en Chile, una cianobacteria llamada Chroococcidiopsis puede sobrevivir debajo de la superficie de las rocas, entre los cristales de sal, que capturan la humedad del aire mediante un fenómeno llamado delicuescencia. Basta que la humedad relativa alcance el 70% unas pocas veces al año para que sobrevivan.

Capa verdosa de cianobacterias justo debajo de la superficie de una sal de roca del desierto de Atacama. Fuente: PNAS.

Y no solo eso

El nitrógeno y el oxígeno también son elementos claves para la vida. Conforman casi todas las biomoléculas, desde el ADN hasta las proteínas. El nitrógeno debe estar en una forma que sea asimilable (nitratos o amonio). Esto se logra en los volcanes y con las descargas eléctricas. El oxígeno gaseoso (O2) es indispensable para la vida de organismos multicelulares, pero no para las simples bacterias. Su presencia en algún planeta o luna podría ser un buen indicio de alguna forma de vida compleja porque este elemento normalmente se encuentra formando óxidos.

También existen microorganismos que resisten altas dosis de radiación. El más famoso es Deinococcus radiodurans que además resiste la desecación. Esto indicaría que no es indispensable la presencia de un campo magnético alrededor de un planeta para sustentar la vida. La propia atmósfera a veces es suficiente para prevenir que la radiación alcance la superficie. Y si la radiación la alcanza, habrá organismos que la puedan tolerar y adaptarse a ella.

No es descabellado pensar que otros solventes distintos al agua puedan sustentar la vida. En Titán —una de las lunas de Saturno— probablemente existan lagos de etano o lluvias de metano. Estos hidrocarburos podrían ser mejores que el agua para manejar la compleja reactividad química de los compuestos orgánicos.

Como podemos ver, la vida en la Tierra se desarrolla en los lugares más extremos. No es necesario buscar un planeta azul como el nuestro, con temperaturas de 25 °C y lluvias refrescantes de vez en cuando, para poder encontrar lugares propicios para la vida. Un planeta sin atmósfera, sin océanos, muy cálidos o fríos, podrían fácilmente albergar diversas formas de vida.

Referencia:

McKay, C. Requirements and limits for life in the context of exoplanets. PNAS (2014) doi: 10.1073/pnas.1304212111

17 febrero, 2021

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Los delfines que tenían sexo frente al espejo

Alguna vez viste a tu gato pasar frente a un espejo y brincar del susto, o a tu perrito ladrarle a su propio reflejo. ¿Son conscientes de que son ellos mismos? 

En 1882 Wilhelm Preyer escribió un libro llamado El alma del niño donde hace una descripción detallada del desarrollo psicológico de su hijo Axel en sus tres primeros años de vida. Preyer quiso saber cuándo tomamos conciencia de nuestro propio cuerpo. Hizo pequeños experimentos poniendo a niños de diferentes edades frente a un espejo. En 1889 postulaba por primera vez la conexión entre el autorreconocimiento en el espejo y el sentido interno de uno mismo en las personas. 

A fines de la década de 1960, el Dr. Gordon Gallup Jr. hizo experimentos similares, pero con chimpancés. Él trabajaba en la Universidad Tulane, en Louisiana (EEUU), donde se realizaban investigaciones biomédicas con estos simios.

Un día, Gallup consiguió dos chimpancés y los puso dentro de unas jaulas con un espejo al frente por ocho horas diarias durante diez días. Las jaulas tenían una pequeña ranura por donde el investigador veía lo que sucedía.

Al inicio los chimpancés se sentían amenazados por su imagen reflejada en el espejo. Creían que se trataba de otro chimpancé y les hacían gestos desafiantes, gruñidos o trataban de golpearlos. Con el paso de los días, los simios mostraron otra actitud hacia sus reflejos. Usaron los espejos para analizar sus propios cuerpos, especialmente, las regiones inaccesibles para su campo de visión: se tocaban e inspeccionaban sus genitales, se sacaban restos de comida de entre sus dientes o partículas extrañas dentro de sus fosas nasales. Incluso hacían burbujas con su saliva frente a los espejos. Esto fascinó a Gallup, pero necesitaba una prueba más convincente que demostrara que los chimpancés lograban reconocerse a sí mismos frente al espejo. 

En un segundo experimento, Gallup anestesió a los chimpancés y mientras dormían les pinto una ceja y la punta de la oreja opuesta con tinta roja para ver si eran capaces de reconocer las manchas. Cuando despertaron, les dio tiempo a los chimpancés para ver si sentían algo raro en sus cejas y orejas que podrían alterar el experimento. Los simios no se percataron de nada. Después de una horas, Gallup colocó los espejos en las jaulas y, según lo esperado, los chimpancés empezaron a mirarse las manchas, a tocarlas y ver si la pintura quedaba impregnada en sus dedos. "Fue tan claro como el día", recuerda, "no requirió ninguna prueba estadística". El estudio fue publicado en enero de 1970 en Science.

Gallup no sólo experimentó con chimpancés. También lo hizo con monos, pero estos no respondían de la misma manera. Concluyó que la habilidad de reconocerse no depende de la capacidad de aprendizaje (unos más lentos que otros) sino de su capacidad intelectual, la cual es mayor cuanto más relacionados con los humanos estén.

Los experimentos con animales no quedaron ahí. A inicios de la década de 1990, Gallup llegó a la Universidad Estatal de Nueva York (EEUU) y animó a su estudiante de doctorado, Lori Marino, a que siga con sus investigaciones. Marino se interesó en otro mamífero considerado muy inteligente: el delfín cuello de botella. Contactó a Diana Reiss quien trabajaba en un parque acuático en California y juntos estudiaron el comportamiento de estos cetáceos frente a los espejos.

Los resultados, publicados en el 2001 en PNAS, fueron sorprendentes. Los delfines también se reconocían en las superficies reflejantes. "Tenían sexo unos con otros frente a los espejos", comenta Marino, quien ahora cuenta con varias cintas pornográficas de delfines bajo su colchón (es broma). Y no solo eso, cuando les ponían manchas de pintura negra en el cuerpo, los delfines las analizaban frente a los espejos.

Hay investigadores que critican estos estudios y sus conclusiones. Uno de ellos es Daniel Povinelli. Él menciona que no necesariamente los chimpancés tienen conciencia de que son ellos los que están en el espejo; sino que sólo ven un cuerpo en la imagen —que no necesariamente es él— pero que hace los mismos gestos y movimientos. El animal puede establecer cierto tipo de conexión que les diga que si la imagen en el espejo tiene una mancha en el cuerpo, él también lo tendrá.

Povinelli llama a todo esto "psicología popular" que básicamente es hacer inferencias no científicas en base a nuestras experiencias humanas. Por ejemplo, cuando uno se lava los dientes, ¿será la misma parte del cerebro la que razona que somos nosotros los que estamos proyectados en la imagen del espejo y la que mueve nuestras manos hacia los dientes para el cepillado? Tener conciencia de uno mismo tal vez es diferente a saber donde están ubicadas las partes de nuestro cuerpo.

Lo cierto es que ni siquiera contamos con una definición consensuada y científicamente válida de conciencia, así que las discusiones en el campo de la psicología comparativa tienen para rato.

¿Y qué pasa con los perros? Pues ellos fallaron el test del espejo. Es decir, no se autorreconocen. Lo que hacen es ladrar a su imagen o invitarlos a jugar como si fueran otros perros. No obstante, si pueden reconocer su propia pis.

Curiosidad: Se dice que un buen porcentaje de los esquizofrénicos no pueden reconocerse en el espejo.

Fuente: Nautilus.

Artículo publicado originalmente el 27 de mayo de 2014 en Expresión Genética del diario El Comercio.