Las personas –entendiblemente indignadas— critican la acción del SENASA por garantizar la inocuidad de los productos de agroexportación, pero no hacer los mismos controles a los productos destinados al mercado interno. Se preguntan dónde adquirir frutas y verduras libre de plaguicidas. Proponen incentivar la agricultura urbana (producir tus propios alimentos) y orgánica, y ampliar el alcance de las bioferias. Exigen mayor fiscalización y duras sanciones a los productores y comerciantes.
Pocos se preguntan ¿a qué se debe este problema? ¿Por qué usan plaguicidas prohibidos, altamente tóxicos o de manera excesiva, sin respetar los periodos de carencia? ¿Acaso los agricultores quieren maximizar su producción e ingresos a costa de nuestra salud? La respuesta, como siempre, es más compleja de lo que parece.
Cualquier persona puede producir tomates, lechugas y acelgas en su casa. Basta con unas macetas y un espacio iluminado (la ventana de la cocina, el balcón o la terraza). Si tienes un huerto o jardín mucho mejor. Podrías cultivar otros frutos y hortalizas. Las malezas no son un problema. Te sientas en un banquito y con una cuchilla las eliminas. Las plagas (gusanitos, pulgones y caracoles) sí son un dolor de cabeza, incluso en una maceta. Pero los controlas fácilmente cortando las hojas afectadas, aplicando jabón líquido, azufre en polvo, o pulverizando un macerado de ajos y ají, o algún producto de jardinería comprado en SODIMAC o PROMART.
En el campo la cosa se complica enormemente, así seas un pequeño productor que solo tiene una chacra de una hectárea. Para prevenir las malezas, debes arar bien la tierra. Puedes usar una pala o chaquitaclla (un trabajo extenuante), una mula o un tractor (de acuerdo a tu presupuesto). Luego mantener el campo limpio con herbicidas. Podrías deshierbar a mano, pero te tomará muchas horas y acabarás con dolores de espalda e insolación.
La agricultura es un negocio
Las personas que se dedican a la agricultura no lo hacen para producir alimentos, sino para generar dinero para cubrir sus necesidades. Muchas veces, es su única fuente de ingresos. Esa es la realidad. Deben hacer todo lo posible por obtener la mayor rentabilidad de sus cultivos. Por evitar las pérdidas en la cosecha. Por sacar al mercado toda su producción. Así que sus intereses no están necesariamente alineados con el de los consumidores.
Además, con las pocas hectáreas que la mayoría posee, no tienen poder de negociación. Su producción no llega directamente al mercado (solo a través de ferias). Hay uno o varios intermediarios que se encargan de acopiar la producción y ofrecer un buen volumen a los mayoristas y supermercados. Ellos ponen el precio al producto, no el agricultor. Ellos establecen los estándares de calidad que solo se basa en la apariencia (sin bichitos, golpes o manchitas). Esto fuerza a los agricultores a cumplir con esos “estándares” sin perder rentabilidad.
Falta de asistencia técnica
Al carecer de capacitación en MIP, los agricultores solo se valen del control químico para proteger sus cultivos. Es la forma más fácil de hacerlo. Imagina que tienes un problema de hormigas o cucarachas en casa, ¿no vas poniendo trampitas y liberando arañitas u hongos controladores de mente por la sala y la cocina? Lo más probable es que apliques Raid/Baigón o contrates a una empresa que fumigue la vivienda.
La cuestión es que la aplicación de todo producto fitosanitario depende del principio activo, la dosis, la frecuencia, los periodos de carencia, etc. Así como un médico te hace una receta en función a un diagnostico, lo mismo debe ocurrir en el campo. Un ingeniero agrónomo debe “recetar” qué producto aplicar y cómo hacerlo, después de evaluar el cultivo.
También los agricultores “automedican” sus cultivos. Usan productos por costumbre o porque son más baratos, a pesar que en otros países, incluso en Perú, ya fueron prohibidos por su alta toxicidad. Por ejemplo, el carbofuran, prohibido desde septiembre de 2021 pero todavía en el stock de muchas tiendas agropecuarias, se comercializa ilegalmente en lugares donde la fiscalización no llega.
Así que el problema de la presencia de plaguicidas en los alimentos es un síntoma de lo abandonado que se encuentran el agro peruano. Los agricultores, que dependen de los ingresos generados por su chacra para subsistir, aplican los plaguicidas en exceso para reducir el riesgo de perder su producción. No cuentan con capacitación en MIP. Tampoco son conscientes del riesgo que representan ciertos plaguicidas ya que sus efectos no son inmediatos, sino crónicos o a largo plazo. Hay que fiscalizar la producción de alimentos (tarea que también comprende a los municipios), pero a la par invertir en extensión agraria.
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