22 febrero, 2021

Requerimientos y limitaciones para la vida extraterrestre

¿Hay vida fuera de nuestro planeta? No lo sabemos, "pero si estamos solos en el Universo, seguro sería una terrible pérdida de espacio", sentenció una vez el famoso divulgador científico Carl Sagan. En caso haya vida extraterrestre, ¿cómo sería? ¿iguales a nosotros? ¿de color gris, con grandes ojos, pequeña boca y comunicación telepática? ¿expertos en hacer líneas y pirámides sobre el desierto, pero muy malos manejando naves espaciales?


Lo cierto es que la única forma de vida que conocemos —y no del todo— es la que hay en nuestro planeta. Así que para tener una primera aproximación de cómo sería la vida extraterrestre, debemos tomar como base los requerimientos y limitaciones propios de la vida en la Tierra.

Ilustración artística de un exoplaneta, en un sistema solar binario, visto desde su luna. Fuente: Wikimedia Commons.

De vez en cuando, la NASA anuncia el descubrimiento de nuevos exoplanetas en estrellas distantes. Hay una sonda espacial dedicada a tiempo completo a encontrarlos. Se llama Kepler y hasta ahora halló más de 2600, muchos de ellos gigantes gaseosos que orbitan muy cerca de sus estrellas, convirtiéndolos literalmente en infiernos. Hay unos pocos que son sólidos y giran a una distancia prudente de su sol. Estos planetas tendrían las condiciones adecuadas para albergar vida tal como la conocemos.

¿Cuáles son las condiciones mínimas que debe tener un exoplaneta (o una exoluna) para que florezca la vida? Para el científico planetario Christopher McKay del Centro de Investigación Ames de la NASA, la vida requiere principalmente de energía, carbono, agua líquida y algunos otros elementos químicos, según reporta en un estudio publicado en PNAS.

Fuentes de energía

La energía necesaria para la vida en la Tierra se sustenta en la transferencia de electrones a través de reacciones químicas de oxidación (ceder electrones) y reducción (ganar electrones). Esto provoca una acumulación de carga electroquímica a un lado de la membrana celular (en el caso de las bacterias) o de la membrana mitocondrial (en las células eucariotas). Para equilibrar las cargas, los protones (cargas positivas) fluyen a través de la membrana generando energía que es aprovechada por las células para realizar sus funciones.

La principal fuente de energía es la luz solar. Los fotones que llegan desde el sol generan una transferencia de electrones en unas moléculas especiales: la clorofila en las plantas, y la bacterioclorofila y bacteriorodopsina en las bacterias. También hay microorganismos que obtienen energía directamente de algunas reacciones químicas como la oxidación de compuestos reducidos de azufre, nitrógeno, hierro e hidrógeno, en las fumarolas del fondo marino. Sin embargo, la principal fuente de energía es la luz de una estrella.

Los picos indican la longitud de onda de la luz que absorben la clorofila A y B. El verde no se absorbe y es ese el color que vemos en las plantas. Fuente: Wikimedia Commons.

En el año 2000, el botánico John Albert Raven calculó que la cantidad mínima de luz necesaria para realizar la fotosíntesis es de 2 milimoles de fotones por cada metro cuadrado de superficie por cada segundo (2 mmol*m-2*s-1). Plutón, que hasta hace unos años era el planeta más distante del sol (ahora es solo un simple objeto transneptuniano), recibe un flujo de luz solar 100 veces superior a ese valor mínimo. Entonces, no es necesario que un exoplaneta esté cerca a su estrella o que la estrella sea muy brillante para alcanzar la cantidad de luz necesaria para sustentar un tipo de fotosíntesis. Incluso una estrella del tipo M lo podría hacer.

El carbono no es abundante

La vida en la Tierra se basa en el elemento número seis de la tabla periódica: el carbono. Es un átomo tan versátil que puede unirse y contorsionarse hasta con cuatro elementos diferentes, formando largas cadenas y moléculas complejas. Pero el carbono en la Tierra no es abundante y no sería un buen indicio para determinar la habitabilidad de un exoplaneta. El secreto radica en cómo podemos asimilar ese carbono. Las plantas lo hacen todo el tiempo a partir del CO2 y algunas bacterias a partir de metano (CH4).

Proporción de carbono respecto a otros elementos químicos (del litio para arriba) en los distintos planetas del sistema solar. La Tierra es el tercero (círculo con una cruz al medio). Al mismo nivel pero con mayor proporción de carbono se encuentran los seres vivos. Fuente: PNAS.

Se ha especulado mucho acerca de la vida basada en el silicio, especialmente en las historias de ciencia ficción, debido a su similaridad química con el carbono. Siento defraudarlos: el silicio no serviría para formar seres vivos por tres razones:
  1. El carbono asimilable está en forma de CO2 o CH4, los cuales son gases que pueden entrar y fluir libremente través de las membranas. El silicio también puede encontrarse como dióxido (SiO2), pero es un sólido. Necesita 2230 °C para convertirse en un gas. Esto hace imposible que los organismos vivos los puedan incorporar directamente.
  2. El silicio y el dióxido de silicio son muy poco solubles en agua. Esto dificulta las diversas reacciones bioquímicas, a menos que la forma de vida extraterrestre encuentre la manera de solubilizar el silicio o vivir a temperaturas superiores a los 2230 °C.
  3. El átomo de silicio es muy grande lo cual limita su flexibilidad para formar compuestos anillados que son comunes en los azúcares y algunos aminoácidos.

El agua es vida

El agua es uno de los mejores solventes —y de los más abundantes— que existe en la naturaleza. Las reacciones bioquímicas aquí se llevan a cabo sin problemas. Pero el agua debe estar en forma líquida para poder cumplir con estas funciones y esto depende de la presión y la temperatura del planeta o luna.

Muchos organismos pueden vivir a temperaturas bajo cero gracias a las sales y otros compuestos químicos dentro de sus células que reducen el punto de congelamiento del agua en varios grados. El año pasado, Nadia Mykytczuk de la Laurentian University (Canadá), reportó presencia de vida en el permafrost del Ártico a -15 °C. El microorganismo se llama Planococcus halocryophilus y puede vivir incluso a -25 °C. El secreto: proteínas con aminoácidos más flexibles y ácidos grasos ramificados para mantener la fluidez y movimiento a bajas temperaturas.

Otros viven a temperaturas sumamente altas. En 2008, el japonés Ken Takai reportó el crecimiento de una bacteria productora de metano llamada Methanopyrus kandleri a 122°C y a 200 veces la presión atmosférica. Una mayor presión permite tener agua líquida estable a temperaturas superiores a su punto de ebullición (100 °C). Sin embargo, a medida que aumenta la temperatura del agua, su constante dieléctrica se reduce (p. ej. a la mitad a 200 °C), llegando al punto de disolver las grasas que conforman las membranas celulares.

No es necesario que hayan grandes océanos para que la vida florezca. En lugares tan secos como el desierto de Atacama en Chile, una cianobacteria llamada Chroococcidiopsis puede sobrevivir debajo de la superficie de las rocas, entre los cristales de sal, que capturan la humedad del aire mediante un fenómeno llamado delicuescencia. Basta que la humedad relativa alcance el 70% unas pocas veces al año para que sobrevivan.

Capa verdosa de cianobacterias justo debajo de la superficie de una sal de roca del desierto de Atacama. Fuente: PNAS.

Y no solo eso

El nitrógeno y el oxígeno también son elementos claves para la vida. Conforman casi todas las biomoléculas, desde el ADN hasta las proteínas. El nitrógeno debe estar en una forma que sea asimilable (nitratos o amonio). Esto se logra en los volcanes y con las descargas eléctricas. El oxígeno gaseoso (O2) es indispensable para la vida de organismos multicelulares, pero no para las simples bacterias. Su presencia en algún planeta o luna podría ser un buen indicio de alguna forma de vida compleja porque este elemento normalmente se encuentra formando óxidos.

También existen microorganismos que resisten altas dosis de radiación. El más famoso es Deinococcus radiodurans que además resiste la desecación. Esto indicaría que no es indispensable la presencia de un campo magnético alrededor de un planeta para sustentar la vida. La propia atmósfera a veces es suficiente para prevenir que la radiación alcance la superficie. Y si la radiación la alcanza, habrá organismos que la puedan tolerar y adaptarse a ella.

No es descabellado pensar que otros solventes distintos al agua puedan sustentar la vida. En Titán —una de las lunas de Saturno— probablemente existan lagos de etano o lluvias de metano. Estos hidrocarburos podrían ser mejores que el agua para manejar la compleja reactividad química de los compuestos orgánicos.

Como podemos ver, la vida en la Tierra se desarrolla en los lugares más extremos. No es necesario buscar un planeta azul como el nuestro, con temperaturas de 25 °C y lluvias refrescantes de vez en cuando, para poder encontrar lugares propicios para la vida. Un planeta sin atmósfera, sin océanos, muy cálidos o fríos, podrían fácilmente albergar diversas formas de vida.

Referencia:

McKay, C. Requirements and limits for life in the context of exoplanets. PNAS (2014) doi: 10.1073/pnas.1304212111

17 febrero, 2021

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Los delfines que tenían sexo frente al espejo

Alguna vez viste a tu gato pasar frente a un espejo y brincar del susto, o a tu perrito ladrarle a su propio reflejo. ¿Son conscientes de que son ellos mismos? 

En 1882 Wilhelm Preyer escribió un libro llamado El alma del niño donde hace una descripción detallada del desarrollo psicológico de su hijo Axel en sus tres primeros años de vida. Preyer quiso saber cuándo tomamos conciencia de nuestro propio cuerpo. Hizo pequeños experimentos poniendo a niños de diferentes edades frente a un espejo. En 1889 postulaba por primera vez la conexión entre el autorreconocimiento en el espejo y el sentido interno de uno mismo en las personas. 

A fines de la década de 1960, el Dr. Gordon Gallup Jr. hizo experimentos similares, pero con chimpancés. Él trabajaba en la Universidad Tulane, en Louisiana (EEUU), donde se realizaban investigaciones biomédicas con estos simios.

Un día, Gallup consiguió dos chimpancés y los puso dentro de unas jaulas con un espejo al frente por ocho horas diarias durante diez días. Las jaulas tenían una pequeña ranura por donde el investigador veía lo que sucedía.

Al inicio los chimpancés se sentían amenazados por su imagen reflejada en el espejo. Creían que se trataba de otro chimpancé y les hacían gestos desafiantes, gruñidos o trataban de golpearlos. Con el paso de los días, los simios mostraron otra actitud hacia sus reflejos. Usaron los espejos para analizar sus propios cuerpos, especialmente, las regiones inaccesibles para su campo de visión: se tocaban e inspeccionaban sus genitales, se sacaban restos de comida de entre sus dientes o partículas extrañas dentro de sus fosas nasales. Incluso hacían burbujas con su saliva frente a los espejos. Esto fascinó a Gallup, pero necesitaba una prueba más convincente que demostrara que los chimpancés lograban reconocerse a sí mismos frente al espejo. 

En un segundo experimento, Gallup anestesió a los chimpancés y mientras dormían les pinto una ceja y la punta de la oreja opuesta con tinta roja para ver si eran capaces de reconocer las manchas. Cuando despertaron, les dio tiempo a los chimpancés para ver si sentían algo raro en sus cejas y orejas que podrían alterar el experimento. Los simios no se percataron de nada. Después de una horas, Gallup colocó los espejos en las jaulas y, según lo esperado, los chimpancés empezaron a mirarse las manchas, a tocarlas y ver si la pintura quedaba impregnada en sus dedos. "Fue tan claro como el día", recuerda, "no requirió ninguna prueba estadística". El estudio fue publicado en enero de 1970 en Science.

Gallup no sólo experimentó con chimpancés. También lo hizo con monos, pero estos no respondían de la misma manera. Concluyó que la habilidad de reconocerse no depende de la capacidad de aprendizaje (unos más lentos que otros) sino de su capacidad intelectual, la cual es mayor cuanto más relacionados con los humanos estén.

Los experimentos con animales no quedaron ahí. A inicios de la década de 1990, Gallup llegó a la Universidad Estatal de Nueva York (EEUU) y animó a su estudiante de doctorado, Lori Marino, a que siga con sus investigaciones. Marino se interesó en otro mamífero considerado muy inteligente: el delfín cuello de botella. Contactó a Diana Reiss quien trabajaba en un parque acuático en California y juntos estudiaron el comportamiento de estos cetáceos frente a los espejos.

Los resultados, publicados en el 2001 en PNAS, fueron sorprendentes. Los delfines también se reconocían en las superficies reflejantes. "Tenían sexo unos con otros frente a los espejos", comenta Marino, quien ahora cuenta con varias cintas pornográficas de delfines bajo su colchón (es broma). Y no solo eso, cuando les ponían manchas de pintura negra en el cuerpo, los delfines las analizaban frente a los espejos.

Hay investigadores que critican estos estudios y sus conclusiones. Uno de ellos es Daniel Povinelli. Él menciona que no necesariamente los chimpancés tienen conciencia de que son ellos los que están en el espejo; sino que sólo ven un cuerpo en la imagen —que no necesariamente es él— pero que hace los mismos gestos y movimientos. El animal puede establecer cierto tipo de conexión que les diga que si la imagen en el espejo tiene una mancha en el cuerpo, él también lo tendrá.

Povinelli llama a todo esto "psicología popular" que básicamente es hacer inferencias no científicas en base a nuestras experiencias humanas. Por ejemplo, cuando uno se lava los dientes, ¿será la misma parte del cerebro la que razona que somos nosotros los que estamos proyectados en la imagen del espejo y la que mueve nuestras manos hacia los dientes para el cepillado? Tener conciencia de uno mismo tal vez es diferente a saber donde están ubicadas las partes de nuestro cuerpo.

Lo cierto es que ni siquiera contamos con una definición consensuada y científicamente válida de conciencia, así que las discusiones en el campo de la psicología comparativa tienen para rato.

¿Y qué pasa con los perros? Pues ellos fallaron el test del espejo. Es decir, no se autorreconocen. Lo que hacen es ladrar a su imagen o invitarlos a jugar como si fueran otros perros. No obstante, si pueden reconocer su propia pis.

Curiosidad: Se dice que un buen porcentaje de los esquizofrénicos no pueden reconocerse en el espejo.

Fuente: Nautilus.

Artículo publicado originalmente el 27 de mayo de 2014 en Expresión Genética del diario El Comercio.

06 diciembre, 2020

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Virus contra los tumores

En lo más recóndito de nuestro cuerpo, una célula empieza a multiplicarse sin control. Nada parece detenerla. El gen p53 —que regula la proliferación celular— dejó de funcionar debido a una mutación. Una masa inquebrantable de células anormales empieza a formarse. Aparece un tumor. Nuestro sistema inmune no lo reconoce como una amenaza. Algunas de las células malignas escapan hacia el torrente sanguíneo, colonizando nuevos tejidos. Se ha iniciado la metástasis

Los tumores tienen sus propios vasos sanguíneos que los alimentan y proveen de oxígeno. A medida que crecen, destruyen los tejidos circundantes afectando el funcionamiento de los órganos vecinos. Recién en ese momento las personas sienten que algo anda mal. Aparecen unos extraños dolores o molestias en el cuerpo que muchas veces no se les da mayor importancia. Grave error. Con el tiempo los dolores se hacen cada vez más fuertes. Ningún medicamento parece aliviarlos. Recién se programa la visita al médico quien ordena unas radiografías y tomografías. Una semana después, unos pequeños puntos luminosos resaltan sobre la placa fotográfica. ¡Están diseminados por nuestro cuerpo!

—Siento informarle que usted tiene cáncer en una etapa muy avanzada —dice el médico—. Los tumores se han diseminado por el cuerpo. Tal vez la quimioterapia le de algunos meses más de vida.

Quimioterapia. Fuente: Wikimedia Commons.

Los fármacos empleados en la quimioterapia atacan principalmente a las células que se multiplican rápidamente. Esta es una característica típica de las células cancerosas, pero también de las células del tejido intestinal, las del cabello y la sangre. Ellas también son víctimas inocentes de esta guerra química. Los efectos secundarios varían entre un paciente y otro, aunque el común denominador es la pérdida de cabello, peso y apetito, los vómitos y el cansancio.

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Esta pandemia nos ha mostrado que los virus pueden ser nuestros peores enemigos. No solo causan la muerte de personas inocentes, sino también afectan la economía de los países, generan inestabilidad política y social, y otros problemas que tardarán varios años en solucionarse.

Los virus suelen ser muy específicos a la hora de actuar. No infectan cualquier célula sino que dependen de las señales químicas que estén presentes en su superficie. Una vez que reconocen su objetivo, el material genético del virus (ADN o ARN) entra en la célula. Puede integrarse al genoma del huésped y permanecer latente por varias generaciones. Cuando se activa, utiliza las propias moléculas de su anfitrión para multiplicarse. Las células se convierten en fábricas de virus, los cuales se acumulan hasta que la membrana celular no soporta la presión y explota. La peligrosa carga se libera y los nuevos virus infectan otras células. Así se reinicia todo el ciclo.

Los científicos estiman que entre el 65% y 70% de las células cancerosas son insensibles a las respuestas mediadas por los interferones, unas moléculas producidas por nuestro sistema inmunológico que interfieren con la infección y replicación de los virus. Se sabe que los interferones no permiten el crecimiento de nuevos vasos sanguíneos (inhiben la angiogénesis), detienen el ciclo celular y activan la muerte celular programada (apoptosis); cosas que las células cancerosas tratan de evitar a toda costa. Por esta razón, los cambios fisiológicos y metabólicos que se producen en los tumores favorecen la infección y replicación de los virus.

Si consideramos que existen virus que pueden presentar una afinidad innata por las células cancerosas (llamados virus oncolíticos); uno de nuestros peores enemigos naturales podrían convertirse en nuestros mejores aliados en la lucha contra el cáncer.

Microfotografía del virus del herpes. Fuente: Wikimedia Commons.

Infección de tumores

Algunos tipos de tumores sólidos producen grandes cantidades de una molécula llamada Necl-5, que es reconocida por un tipo de poliovirus. En 2011, un grupo de investigadores del Centro Médico de la Universidad de Duke demostraron que un poliovirus genéticamente modificado llamado PVSRIPO podía acabar con los glioblastomas (un tipo de tumor cerebral) en el laboratorio. Entre 2012 y 2017 se probó en seres humanos y demostró aumentar la tasa de supervivencia de los pacientes.

En 2014, una mujer se curó de un cáncer incurable usando una megadosis de un virus del sarampión genéticamente modificado. Este virus tiene una fuerte afinidad por una molécula llamada CD46 que se expresa en grandes cantidades en los mielomas múltiples (un tipo de cáncer de médula ósea).

Para entender cómo funciona este mecanismo, imaginemos a CD46 y Necl-5 como si fueran cerraduras presentes en las “puertas de acceso” a las células cancerosas. Los virus codifican en su genoma una única "llave" que se expresa en su superficie (como la proteína "Spike" del coronavirus). Por ello, deben buscar la puerta adecuada que podrían abrir. El poliovirus tiene la llave para la puerta Necl-5 y el virus del sarampión para la puerta CD46. Una vez que ingresan (infectan) a las células cancerosas, hacen lo que mejor saben hacer: secuestrar a la célula y convertirla en una fábrica de virus. Y gracias a la ingeniería genética, los científicos pueden otorgarles otras "llaves" para que puedan ingresar a otros tipos de células cancerosas.

Virus del Herpes 6 ingresando a una célula a través del reconocimiento del antígeno CD46. Similar a lo que hace el virus del sarampión. Fuente: Tang & Mori, 2010.

¿Cómo evitar que los virus afecten células sanas?

Los virus oncolíticos diseñados para invadir tumores también podrían infectar células sanas, ya que estas producen —aunque en menores cantidades— las cerraduras para las llaves que poseen los virus.

Una estrategia empleada por las células para evitar que los virus proliferen dentro de ellas es apagar la maquinaria responsable de producir las proteínas virales: los ribosomas. Usan una molécula llamada PKR para inactivar el factor de iniciación de la traducción eIF2 y así los ribosomas dejen de funcionar. Algunos virus como el HSV-1 son capaces de bloquear la acción de PKR para que la traducción de proteínas no se detenga.

Sin embargo, las células cancerosas también necesitan que los ribosomas trabajen al 100% para producir todas las proteínas necesarias para formar los tumores, por lo que buscan diferentes mecanismos para mantener activo y en grandes cantidades el eIF2. Una de ellas es bloqueando la acción de una molécula similar a PKR llamada TOR kinasa.

Se pueden diseñar virus oncolíticos incapaces de bloquear la PKR. De esta manera, cuando infecten una célula cancerosa no tendrán problemas para replicarse porque la producción de proteínas no se habrá detenido. Sin embargo, cuando infecten una célula sana no podrán hacerlo porque no tendrán la forma de activar la eIF2 para que los ribosomas funcionen adecuadamente.

El siguiente gráfico muestra seis mecanismos clave que usan las células tumorales que podrían ser usadas como blanco por los virus oncolíticos:

Virus oncolíticos diseñados para crecer en el nicho de los tumores. Fuente: Ilkow, et al., 2014

Los virus pueden ser nuestros mejores aliados para atacar diversos tipos de tumores. Cada virus tiene su particularidad y es específico para un determinado tipo de células. Mediante el uso de la ingeniería genética los podemos volver más específicos hacia las células cancerosas y menos virulentos o inocuos para las células sanas. De esta manera, se reducen los riesgos de infección o efectos secundarios no deseados.

Referencia:

Ilkow CS, Swift SL, Bell JC, Diallo J-S (2014) From Scourge to Cure: Tumour-Selective Viral Pathogenesis as a New Strategy against Cancer. PLoS Pathog 10(1): e1003836. doi: 10.1371/journal.ppat.1003836

18 noviembre, 2020

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Reconstruyendo un sistema nervioso, neurona por neurona

Caenorhabditis elegans, C. elegans de cariño, es un pequeño gusano —nemátodo— transparente de tan solo un milímetro de largo. Es uno de los organismos más estudiados por los científicos que se conoce el número exacto de células que tiene en su fase adulta: 959, de las cuales 302 son neuronas.

Caenorhabditis elegans. Fuente: Wikimedia Commons.

Las neuronas son las células que conforman el sistema nervioso de los animales. Su función es transmitir impulsos a través de señales eléctricas a otras células del cuerpo para generar una determinada acción (movimiento, contracción muscular o secreción glandular) en respuesta a un estímulo (luz, temperatura, cantidad de alimentos, amenazas, feromonas, etc.). Su particular morfología le permite comunicarse con una o más neuronas a la vez (sinapsis), a través de largas distancias y formando intrincadas redes.

Los neurocientíficos vienen desarrollando un mapa de toda la red neuronal de nuestro cerebro para poder entender qué es lo que nos hace únicos: nuestra conciencia, sentimientos y pensamientos. Además, este mapa permitirá ubicar las regiones que fallan en personas con diversos trastornos, desórdenes y disfunciones cerebrales y de comportamiento, como la esquizofrenia o el autismo. La iniciativa que engloba todo este esfuerzo se llama el Proyecto del Conectoma Humano y es impulsado por el Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos.

Los humanos no seremos los primeros en contar con un mapa de todo el cableado de nuestra red neuronal (también conocido como conectoma). Este privilegio lo tiene el nemátodo que abrió esta nota: C. elegans.

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Sydney Brenner nació en 1927 en Germiston, Sudáfrica. A la edad de 15 años ingresó a la Universidad de Witwatersrand en Johannesburgo para estudiar medicina. Su tío le regaló un microscopio como premio a su esfuerzo. Fue aquí donde inició su contacto con la verdadera ciencia. Al año siguiente se matriculó en los cursos de fisiología y anatomía y se dio cuenta que su interés estaba volcado hacia el estudio de la célula y sus funciones. 

Cuando terminó la carrera todavía era muy joven para practicar la medicina. Se matriculó en cursos de anatomía y fisiología. Aprendió mucho de fisicoquímica, microscopía y neurología. Fue invitado por el profesor de histología Joseph Gillman para continuar con sus investigaciones. A los 22 sustentaba su tesis y obtenía su máster. Dos años después obtiene su licencia de médico (por poco no lo hace por dedicarse a la investigación científica). 

Fue admitido como estudiante de doctorado en la Universidad de Oxford. Después de años viajando por Estados Unidos y abrir un laboratorio en su universidad en Sudáfrica, Brenner obtuvo una plaza en la Universidad de Cambridge en 1956 y compartió oficina por 20 años con Francis Crick, codescubridor de la estructura del ADN. Fue en este momento donde empezó sus estudios con C. elegans.

Sydney Brenner. Fuente: MRC Laboratory of Molecular Biology.

Debido a su simplicidad (pequeño y con poco número de células) y complejidad (tenía muchas de las estructuras que tienen los animales más complejos), C. elegans se convirtió en el organismo favorito de los científicos para todo tipo de estudios: biología celular, genética, fisiología, neurobiología, etc. Por ejemplo, le podían "apagar" genes específicos para ver qué ocurría con el organismo. Incluso le hicieron un seguimiento a cada una de sus 959 células —desde que era un huevecillo hasta su fase adulta— para determinar el linaje de cada una de ellas. Esto lo hizo John Sulston en 1983 y ganó el Premio Nobel por ello en 2002. Sin embargo, Brenner tenía otra idea en mente: determinar el "cableado" de las 302 neuronas de C. elegans para entender su comportamiento y recrearlo artificialmente.

En 1974 puso en marcha su idea. Haciendo gala de sus años en el laboratorio de histología durante su maestría, rebanó como si fuera una jamonada a los pequeños nematodos. Con ayuda de un microscopio electrónico, le tomó una fotografía a cada una de las tajadas para poder identificar la posición exacta de todas las neuronas. En total se capturaron cerca de 20 mil fotos y el análisis de todas ellas recayó en las manos de John G. White, que en ese entonces investigaba en el laboratorio de Brenner.

El trabajo tomó más de una década. En noviembre de 1986, Brenner, White y otros colaboradores publican sus resultados en un artículo de más de 300 páginas en la revista Philosophical Transactions of The Royal Society B.

Reconstrucción en 3D del conectoma de C. elegans. Los nodos son neuronas y los cables son los axones que los conectan con otras neuronas y con las células musculares. Fuente: Scientific American.

A pesar de ubicar cada neurona y sus conexiones con otras dentro del sistema nervioso de C. elegans, éste resultó ser demasiado complejo para recrearlo artificialmente, tal como lo quería hacer Brenner. Es aquí donde entra en juego la Dra. Cornelia 'Cori' Bragmann.

En 1987, Cori empezó a trabajar en el laboratorio del Dr. Robert Horvitz del MIT, otro de los grandes expertos en C. elegans y ganador del Nobel junto a Brenner y Sulston años después. Durante sus investigaciones, Cori observó que el nemátodo extrañamente se veía atraído por determinados compuestos químicos en el agua y nadaba hacia él (quimiotaxis). Este comportamiento era desconocido. Le propuso al Dr. Horvitz identificar cuál de las 302 neuronas de C. elegans era la responsable, utilizando los mapas elaborados por Brenner y White.

El trabajo no era tan complicado. Solo tenía ubicar y quemar cada una de las 302 neuronas —con ayuda de un microscopio y un rayo láser muy potente— y luego ver si había inhibición de la quimiotaxis. Sin embargo, lo primero que descubrió fue la neurona responsable de la hibernación de nemátodo

Le tomó meses de trabajo encontrar la neurona responsable de rastrear el sabor de los compuestos químicos disueltos en el agua. Sin esa neurona, el comportamiento cesaba completamente. Hasta se podía matar a las otras 301 neuronas restantes y la quimiotaxis funcionaba. Cori descubrió tantas cosas que el Dr. Horvits le dijo alguna vez que su gran fortaleza como científica se debía a que ella podía pensar como un gusano.

Diversos investigadores en el mundo describieron la función de cada una de las neuronas de C. elegans. Hoy contamos con un mapa muy detallado y en tres dimensiones de toda la red neuronal de este pequeño gusano.

La tecnología avanza y las técnicas que usó Brenner se han perfeccionado y automatizado. En 2012, investigadores del Departamento de Genética del Albert Einstein College of Medicine, liderados por el Dr. Scott Emmons, construyeron el conectoma de un C. elegans macho que tiene 81 neuronas más que el C. elegans hermafrodita. El trabajo solo es tomó tres años. Como curiosidad, sólo el 0.05% de los C. elegans son machos. El resto son hermafroditas, por eso han sido los más estudiados.

Ahora podemos ver a cada neurona de C. elegans en pleno funcionamiento. Podemos identificar en tiempo real las neuronas que se activan ante un determinado estímulo, según un estudio publicado en 2014 en Nature Methods.

Si tomamos en cuenta los diez años que le tomó a Brenner construir el conectoma de C. elegans (con 302 neuronas) o los tres años que le tomó a Emmons hacer lo propio con el macho de 383 neuronas, ¿cuánto nos tomaría hacer lo mismo con las 86 mil millones de neuronas y billones de conexiones neuronales del cerebro humano?

Referencias:

Nature News, Scientific American & The New York Times.

Artículo publicado originalmente el 19 de mayo de 2020 en Expresión Genética del diario El Comercio.

12 octubre, 2020

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Los extraños siameses Chimú

Parejas teniendo sexo en diversas posiciones. Hombres con grandes penes que fácilmente les chocaría contra la frente. Animales domésticos en pleno apareamiento. Madres dando de lactar a sus hijos. Estas escenas de la vida cotidiana fueron plasmadas en las famosas cerámicas de las culturas Moche y Chimú. Pero también hay vasijas con representaciones de siameses muy poco conocidas.

Cerámicas precolombinas de gemelos siameses del Museo Larco. Fuente: Wikimedia Commons.

Se estima que uno de cada 75 000 nacimientos puede resultar en gemelos siameses. La causa por la que los gemelos univitelinos no logran separarse durante el desarrollo embrionario aún son desconocidas. La mayor parte se da en mujeres, principalmente, del tipo toracópago (unidos por el tórax). En varones es común el tipo parápago (unidos lateralmente por la pelvis) y parasitario (donde uno es más pequeño y depende del otro).

Lo raro es la duplicación craneofacial (también llamada diprosopia) donde el siamés presenta dos caras —parciales o totales— en un cuerpo con el tórax y las extremidades normales. Esta condición sólo aparece en el 0,4% de los casos y, dependiendo del grado de duplicación, la frecuencia puede ser mucho menor. Por ejemplo, solo se han reportado en la literatura médica siete casos en el mundo de diprosopia con duplicación de la boca.

El labio leporino y paladar hendido son malformaciones congénitas que se dan en uno de cada mil nacimientos. Una de las variantes —bastante rara— es el labio leporino bilateral, que se da cuando la hendidura se presenta en ambos lados del labio afectando la nariz. Y ¿qué tiene que ver todo esto con los siameses y la cultura Chimú? Ahora lo entenderán...

A dos cuadras de la plaza principal de Lambayeque se encuentra el Museo Arqueológico Nacional Brüning. Ahí se conservan y exhiben unas 1 400 piezas arqueológicas de las culturas Lambayeque, Moche, Chimú, entre otras. Una de estas piezas es bastante particular. Se trata de una vasija de la cultura Chimú (900 - 1470 d.C) que presenta a gemelos siameses con duplicación craneofacial, labio leporino y paladar hendido bilateral.

Vasija retrato de la cultura Chimú que posiblemente representa a gemelos siameses con duplicación craneofacial, labio leporino y paladar hendido bilateral. Fuente: Pachajoa, H. et al. (2014).

¿Qué probabilidades hay de que un recién nacido tenga todas estas extremadamente raras malformaciones congénitas a la vez? Una revisión en la literatura médica arroja ningún resultado.

El cerámico fue analizado en profundidad por un grupo de investigadores colombianos del Centro de Investigaciones en Anomalías Congénitas y Enfermedades Raras liderados por el Dr. Harry Pachajoa. Entre 2011 y 2013 llevaron a cabo un proyecto multidisciplinario para investigar las enfermedades representadas en el arte prehispánico en las costas de Sudamérica. El análisis comparativo se hizo gracias a un caso similar reportado en un congreso latinoamericano sobre malformaciones congénitas realizado en Brasil en 2013. Se trataba de un feto de veintiocho semanas de desarrollo que fue abortado debido a todos los problemas congénitos que presentaba. Los resultados fueron publicados en Twin Research and Human Genetics.

[Las fotografías del feto son muy fuertes y preferí no ponerlas].

Muchas malformaciones antropomórficas han sido retratadas artísticamente por diferentes culturas peruanas, especialmente, los Moche. Pero los siameses con duplicación craneofacial ya aparecen en algunas esculturas de Tlatilco, una antigua civilización mexicana que vivió hace más de 2 500 años. Ellos los representaban como monstruos de dos cabezas.

No obstante, Pachajoa y colaboradores son prudentes con las conclusiones porque podría tratarse de gemelos no siameses, retratados uno junto al otro, pero ambos con labio leporino y paladar hendido bilateral. "Si bien reconocemos que es posible que esta antigua vasija artística podría ser la representación de un defecto de la línea media en gemelos por lo demás normales, aún así nos gustaría pensar que es una evidencia real de un evento mucho más raro", concluyen los autores del estudio.

Nota: Harry Pachajoa y Carlos Rodríguez han publicado un fascinante libro llamado "Defectos congénitos y síndromes genéticos en el arte de las sociedades Tumaco-Tolita y Moche", con muchas fotos.

Referencia:

Pachajoa H, Hernandez-Amaris MF, Porras-Hurtado GL, Rodriguez CA. Siamese Twins With Craniofacial Duplication and Bilateral Cleft Lip/Palate in a Ceramic Representation of the Chimú Culture (Peru): A Comparative Analysis With a Current Case. Twin Res Hum Genet. 2014; 1-4. doi: 10.1017/thg.2014.20

02 octubre, 2020

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¿Virus contra la tuberculosis?

No sólo los humanos sufrimos de enfermedades causadas por virus. Las bacterias también son infectadas por estos diminutos organismos que se encuentran en el limbo entre lo vivo y lo inerte. Los virus que atacan a las bacterias se llaman bacteriófagos (o simplemente fagos). Son las formas de vida más abundantes del planeta con una población estimada en diez billones de trillones (1031) de individuos. Un número muy superior a la cantidad de estrellas que hay en el universo.

‘Selfies’ de diferentes tipos de fagos. Fuente: Atamer, Z. et al (2013).

Los fagos son tan abundantes que, si hiciéramos una fila con ellos, esta mediría 100 millones de años luz. La fila de fagos sería suficiente como para cubrir la distancia entre nuestro planeta y la galaxia Andrómeda (a 2.5 millones de años luz), unas 20 veces ida y vuelta.

Los fagos actúan de forma similar a los virus humanos. Primero, reconocen específicamente a la bacteria que van a infectar. Se posan sobre su superficie tal como lo haría una sonda espacial aterrizando en un planeta. Inyectan su material genético (ADN o ARN) dentro de la bacteria, para infiltrarse en su genoma (profago). Puede permanecer como polizonte por muchas generaciones, diseminándose silenciosamente entre todos los descendientes de las bacterias infectadas. Una condición de estrés despierta al profago de su letargo y convierte a la bacteria en una fábrica de fagos. Finalmente, el hospedero no soporta la presión y explota liberando millones de fagos quienes buscarán a nuevas víctimas para reiniciar su ciclo de vida.

¿Se dieron cuenta? Podríamos usar a los fagos para infectar y exterminar bacterias que nos provocan graves enfermedades, como la tuberculosis (TBC). Esta enfermedad es causada por la bacteria Mycobacterium tuberculosis y en el Perú es un grave problema de salud pública debido al alto número de casos de TBC multidrogo-resistente (TBC-MDR) y TBC extremadamente drogo-resistente (TBC-XDR).

Mycobacterium tuberculosis. Fuente: CropWatch.

La TBC se cura mediante un largo tratamiento con cuatro antibióticos comunes. Hay casos en los que estos antibióticos no funcionan debido a que el paciente no cumplió con el tratamiento (se sintió mejor y dejó de usarlos) o la dosis no fue la adecuada. Esto provoca que las bacterias que sobrevivieron al ataque químico inadecuado se reproduzcan y generen una TBC resistente a estos antibióticos. Esta es la TBC-MDR. 

Para tratar la TBC-MDR se requiere de otros antibióticos más potentes y costosos, con peores efectos secundarios y con un tratamiento más prolongado. Hay casos en que las bacterias sobreviven a este ataque más potente. Prácticamente, se vuelven invencibles a nuestras más poderosas armas químicas. Aquí estamos frente a la TBC-XDR. En este caso, sólo una tercera parte de los pacientes sobrevive, donde el único tratamiento es extraer la porción del pulmón afectado.

El uso de fagos para el control de infecciones no es algo nuevo. A inicios del siglo XX ya eran utilizados para curar heridas y disenterías. En la década de 1930, el Instituto Pasteur y otras empresas farmacéuticas producían preparados de fagos para el tratamiento de distintas enfermedades. Pero fue el descubrimiento y comercialización de los primeros antibióticos como la penicilina en 1941 que la terapia con fagos fue dejada de lado.

La aparición de nuevas bacterias infecciosas resistentes a nuestros mejores antibióticos ha provocado que, en la actualidad, el uso de los fagos esté tomando importancia. Además, los grandes avances en la ingeniería genética permitirían modificarlos para volverlos más efectivos.

Para el caso de la TBC, lo primero es encontrar fagos que infecten específicamente a este bacilo. Se han identificado miles de micobacteriófagos, pero muy pocos son específicos de M. tuberculosis. Además estos fagos no son buenos asesinos.

Otra dificultad es que las bacterias se encuentran "protegidas" por las propias células de nuestro organismo dificultando el acceso del fago. Los macrófagos —un tipo de células de nuestro sistema inmune— las devoran pero no pueden digerirlas. Las bacterias permanecen vivas en su interior y empiezan a multiplicarse. Más células inmunes van a ayudar pero no pueden eliminar la infección, por el contrario, se aglutinan formando una masa esférica de células llamado granuloma.

Sin embargo, los fagos podrían usarse como un profiláctico (para prevenir infecciones). Si a una persona le diagnostican TBC, sus familiares y compañeros de trabajo pueden aspirar fagos específicos de M. tuberculosis. De esta manera, cada vez que las bacterias ingresen a los pulmones de las personas sanas, haya un contingente de fagos que las eliminen antes de que inicien la infección.

Referencia:

Hatfull GF (2014) Mycobacteriophages: Windows into Tuberculosis. PLoS Pathog 10(3): e1003953. doi: 10.1371/journal.ppat.1003953
 

21 julio, 2020

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Cuatro generaciones de ratas son alimentadas con maíz transgénico y no les pasa nada

En toda conversación o debate sobre transgénicos, no falta alguien que dice que son perjudiciales para la salud. En muchos casos, la preocupación es sincera y con una explicación clara sobre el proceso regulatorio al que son sometidos estos productos para demostrar su inocuidad y seguridad, quedan tranquilos. Pero hay personas que, a pesar de la contundente evidencia sobre la seguridad de los transgénicos para el consumo humano, insisten en que esos estudios no sirven porque no se hacen evaluaciones a largo plazo.

Bueno, un reciente estudio publicado en Journal of Agricultural and Food Chemistry evalúa el efecto del consumo de un maíz transgénico (DBN9936), que posee el gen cry1Ab (resistencia a insectos) y epsps (tolerancia a glifosato), a lo largo de cuatro generaciones (F0, F1, F2 y F3). La finalidad fue ver si el consumo de maíz transgénico provoca algún efecto en la capacidad reproductiva de las ratas o en sus descendientes.

El experimento inició con 180 ratas divididos en tres grupos de 60. Cada grupo estuvo conformado por 30 machos y 30 hembras (F0). El primer grupo fue el control y se alimentó con una dieta balanceada para ratas (AIN-93G). El segundo grupo recibió una dieta con 73.3% de maíz convencional (no transgénico) y el tercer grupo una dieta con el 73.4% del maíz transgénico DBN9936. Después de 70 días con sus respectivas dietas, las ratas se pusieron en parejas para que se reproduzcan y generen descendientes (F1).

Con la F1 se formaron nuevos grupos de 60 ratas (30 machos y 30 hembras), manteniendo la dieta de sus padres por 70 días. Se emparejaron para generar nuevos descendientes (F2), repitiendo todo el procedimiento una vez más hasta obtener la F3. Finalmente, se seleccionaron 40 ratas al azar de la F3 y se alimentaron con la dieta de sus padres por 90 días.


Durante todo el experimento, los investigadores observaron la salud de los animales (consumo de agua y alimento, comportamiento, cantidad de heces y orina), la cantidad de descendientes, lactancia y esperanza de vida. Se tomaron muestras de sangre periódicas para evaluar los parámetros hematológicos (glóbulos rojos, hemoglobina, urea, glucosa, creatinina, hormonas, etc.) y algunas ratas fueron sacrificadas para los análisis histopatológicos (riñones, corazón, hígado, ovarios, testículos, etc.). Sin dudas, un estudio bastante completo y multigeneracional.

Los resultados mostraron que no hubo diferencias significativas en el peso corporal, la ingesta de alimentos, el peso de las ratas hembras en el período de preñez y la lactancia entre los tres grupos. No se encontró valores anormales en el peso de los órganos ni en los parámetros hematológicos en el grupo que se alimentó del maíz transgénico. El análisis histopatológico también fue normal. Aunque se observaron diferencias significativas en algunos parámetros reproductivos y hormonales, estos no provocaron efectos adversos en los padres ni en el desarrollo de los descendientes.

Un punto relevante del estudio fue que las ratas se alimentaron en promedio 48 gramos de maíz por kilogramo de peso corporal (g/Kg BW) por día, cuando el consumo promedio en los seres humanos es de 1.8 g/Kg BW por día. En otras palabras, la ingesta diaria de maíz transgénico de las ratas fue más de 20 veces superior que lo que una persona normalmente ingiere al día.

Estudios como este son requeridos por la entidades reguladoras (como la FDA o la EFSA) para aprobar y permitir la comercialización de un producto transgénico destinado para el consumo humano.