“Un animal que pone en peligro su propio futuro y el de la mayoría de formas de vida y ecosistemas de la Tierra no merece ni uno de los dos ‘sapiens’ que ostenta ahora”. Este es un interesante comentario hecho por el comunicador científico Julian Cribb en el último número de Nature.
El nombre Homo sapiens se lo debemos al gran naturalista Carlos Linneo, padre de la taxonomía y de la nomenclatura binomial. Este fue el nombre con el cual asignó a nuestra especie allá por el año 1758, cuando la humanidad si parecía ser ‘sabia’ con respecto a los demás. Ahora, este nombre se encuentra en debate debido a nuestra cuestionable habilidad para controlar los desastres ecológicos y ambientales que hemos desencadenado.
Nuestra especie debería ser formalmente renombrada y descrita como aquella que extermina a miles de otras especies; liberando cantidades de carbono, nitrógeno y fósforo que exceden lo necesario para mantener los ciclos naturales de la Tierra; dedicando 50 veces más recursos para la fabricación de armas que para mantener el suministro de alimentos; destruyendo los bosques; contaminando el agua; explotando los océanos; y dañando la atmósfera a una escala global.
Si bien cambiar nuestro nombre podría infringir algunas de las reglas sagradas establecidas por la nomenclatura, sería una señal importante para tomar conciencia sobre nuestro comportamiento actual, dejando reservado el nombre Homo sapiens sapiens para un tipo de humanos futuros que puedan vivir dentro de los límites establecidos por el planeta (la zona verde dentro del círculo):
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