Su cerebro responde igual que de un soldado al regresar de la zona de combate.
No es necesario ser un neurocientífico para saber que un niño que ha vivido en un ambiente de violencia familiar no se desarrollará adecuadamente. Sabemos que ellos presentan problemas psicológicos, falta de atención en la escuela, exceso de ansiedad, comportamientos agresivos, etc. Diariamente vemos casos en la televisión que son realmente indignantes. Sin embargo, hasta ahora no se han hecho estudios funcionales de resonancia magnética en estos niños para determinar el efecto que podría tener el maltrato sobre su desarrollo cerebral.
En un estudio publicado hoy en Current Biology, investigadores ingleses liderados por el psicólogo Eamon McCrory del Colegio Universitario de Londres han revelado que hay un incremento de la actividad cerebral en la amígdala y la región anterior de la corteza insular en respuesta a un estímulo de violencia.
Para el estudio, McCroy y sus colaboradores reclutaron a 20 niños con antecedentes de abuso físico y de violencia familiar gracias a la ayuda del Centro Infantil de Islington. Como grupo control se tomaron a 23 niños reclutados de escuelas primarias de Londres. Los investigadores tomaron imágenes de resonancia magnética de los cerebros de los dos grupos de niños antes y durante el experimento.
El experimento consistía en mostrar a los niños tres rostros diferentes: uno molesto, uno triste y uno neutral [Fig. inferior]. En comparación al grupo control, los niños con antecedentes de violencia familiar mostraron una gran activación de la amígdala derecha y las dos regiones anteriores de la corteza insular [Fig. de portada] en respuesta a los rostros molestos pero no ante los rostros tristes. Además, lo más interesante fue que esta respuesta era proporcional al grado de violencia vivido por el niño.
Estudios previos llevados a cabo en adultos sanos mostraron que estas regiones del cerebro se activan cuando la persona detecta una amenaza o cuando se anticipa al dolor físico. Al parecer estas regiones integran la información emocional, sensorial y corporal que afectan la toma de decisiones y la respuesta social del individuo.
En un estudio publicado a inicios de año en Molecular Psychiatry, van Wingen et al. observaron que los soldados que regresaban de las zonas de combate presentaban una mayor actividad de la amígdala y la corteza insular en respuesta al rostro molesto (estímulo de amenaza). “Vivir por un tiempo prolongado en un ambiente peligroso y de potencial daño físico puede recalibrar las respuestas neuronales de estas regiones cerebrales —amígdala y corteza insular— interconectadas entre sí”, añadió McCroy.
Esta modificación funcional del cerebro es el resultado de un proceso adaptativo porque aumenta el estado de alerta ante las amenazas y prepara al cuerpo ante un estímulo doloroso. Sin embargo, estas modificaciones también están asociadas con los trastornos de ansiedad severos y los trastornos por estrés postraumático.
En base a estos resultados, los investigadores creen que el efecto de la violencia familiar sobre los niños se da a tres niveles: i) limita los recursos cerebrales destinados al desarrollo de habilidades sociales y cognitivas (Por ejemplo, falta de atención en clase), ii) aumenta la vulnerabilidad a los estímulos estresante, incrementándose el riesgo a sufrir trastornos de ansiedad y iii) predispone a las respuestas agresivas.
Referencia:
Eamon J. McCrory, Stéphane A. De Brito, Catherine L. Sebastian, Andrea Mechelli, Geoffrey Bird, Phillip A. Kelly, & Essi Viding (2011). Heightened neural reactivity to threat in child victims of family violence Current Biology DOI: 10.1016/j.cub.2011.10.015
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